Es evidente mi relación con la infancia, con los niños y niñas de nuestro entorno: soy maestra de infantil, y por tanto se entiende que me gustan los pequeños-as.
Desde siempre he dicho que personalmente no me gustan los niños, y con esto quiero decir que no me gusta pasear por la calle y alabar a una madre-padre por tener un niño muy bonito, hacerle carantoñas y reirle las gracias. Me gustan los pequeños en cuanto que me encanta su capacidad de adaptación y de aprendizaje, su capacidad de experimentar, su curiosidad por el entorno, observarlos y plantearles dudas sin darles respuestas.
Ya ha terminado este curso escolar, lamentablemente no he dicho nada al respecto, supongo que será por la satisfacción que tengo de haber tenido un grupo clase estupendo: son atentos, curiosos, expresivos e interrogadores, autónomos y dinámicos... en general un grupo con el que he aprendido mucho y quiero hacer cosas diferentes para el próximo curso. Me encuentro en un momento que pretendo desconectar, porque creo que también es bueno borrar un poco de la mente todo y así luego retormalo con verdaderas ganas, no obstante no puedo parar de pensar en los proyectos que podría elaborar el próximo curso, los nuevos aspectos que me gustarían introducir en clase, la nueva organización temporal a llevar a cabo y sobre todo pretendo concienciarme a mí misma de la necesidad de cambiar cosas que creo hasta ahora no he realizado todo lo bien que quisiera. Muchas veces no he actuado por no equivocarme y por ello me he equivocado, con esto quiero concienciarme de la necesidad de romper con cosas que he realizado y embarcarme de lleno, sin saber como, en hacer otras cosas.
El título de este post se debe a la pregunta que un niño de unos 7 años le ha realizado a su madre mientras estábamos en la cola de una tienda para pagar. ¿no os parece fascinante la pregunta? sinceramente un adulto jamás la realizaría, no sé supongo que ese niño aún no tiene los modelos, la prudencia, la racionalidad para pensar en el conflicto que puede o no suponer esa pregunta, en el lugar y circunstancias en que la está realizando... desde mi punto de vista esta soltura es la que perdemos, nuestro entorno y educación la absorben.
Y yo me pregunto si en la sociedad en que vivimos y con los cambios a los que estamos expuestos debe la escuela ser consciente y cambiar: debe procurar que este niño sea consciente de esta pregunta y de no realizarla o bien debe procurar que el niño se siga sintiendo con la potestad de realizar la pregunta. ¿Debe la escuela fomentar esa libertad mental o reprimirla-controlarla?
17 julio, 2009
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